(Nº 519 del 28 de mayo de 2013)
http://www.primerapiedra.cl/papers/2013/pp519_27_05_2013.pdf
El Presidente Sebastián Piñera estuvo en el inicio de la CIPD Cairo’ 94, cuando aún
era diputado. No permaneció mayor tiempo en los debates ni fue gestor de consensos.
Pienso que no compartió el cambio de paradigma y que así se explica el salto hacia
atrás que dio en materia de “políticas de población” este 21 de mayo.
Hace ya casi veinte años, en septiembre de 1994, se llevó a cabo en
El Cairo, Egipto, la Conferencia Internacional de Población y
Desarrollo, CIPD Cairo ’94, donde 184 Estados miembros de
Naciones Unidas alcanzaron un consenso sin precedentes, que
marcó un antes y un después en cuanto al concepto “políticas de
población”.
Hasta ese momento, en la comunidad internacional predominaban
criterios demográficos; los Estados aplicaban políticas antinatalistas y metas de
decrecimiento de su población, culpabilizando a ésta de su desequilibrio con los
recursos del planeta. Ampliamente conocida fue la posición de Robert Mc Namara -
ministro de Defensa de Estados Unidos -, quien afirmaba que era más beneficioso
invertir un dólar en anticonceptivos que diez dólares en ayuda al desarrollo. En otras
palabras, los proyectos de vida de las personas y parejas, su sexualidad, sus deseos
reproductivos, su calidad de vida y los contextos determinantes, no ocupaban el lugar
central en las “políticas de población”. Prevalecía la visión demográfica de “expert@s”
y gobernantes.
En el Programa de Acción consensuado en El Cairo’94, quedó expresado un gran
cambio cultural y político. La estructura y el crecimiento de la población se abordó
desde una perspectiva amplia, relacionándolas con los modelos de desarrollo
económico, las pautas de producción y consumo, el deterioro del medio ambiente, el
ejercicio y goce de los derechos humanos. La propuesta incorporó un amplio abanico de
políticas y programas dirigidas hacia el bienestar de la población, el aseguramiento de la
salud de ésta, el desarrollo sostenible, la autonomía de las personas y las comunidades,
la justicia social, la igualdad de género, de etnia, de edad, de territorios, y también,
hacia la participación de la ciudadanía en las decisiones políticas que le incumben y
afectan. La salud sexual y reproductiva de las mujeres y los derechos reproductivos
emergieron como temas centrales, a considerar en la diversidad de realidades que
ofrecen las diferentes regiones y países. Los movimientos sociales, en especial el
movimiento feminista y l@s jóvenes jugaron un papel protagónico en la elaboración de
las propuestas de cambio.
Quedaría en el pasado la razón demográfica, y se
instalaría en su reemplazo una perspectiva de derechos
humanos y justicia social, con énfasis en la justicia de
género. De ahí en adelante los gobiernos implementarían
los acuerdos firmados.
En las dos décadas transcurridas y a pesar de las firmas de
compromiso, la región de América Latina y el Caribe
continúa siendo paradigma de desigualdad.
La alta cifra de abortos inseguros en la región habla de necesidades insatisfechas en
materia de políticas y de servicios, y el descenso de la natalidad en la mayoría de los
países, indica que los deseos reproductivos de las personas y parejas fueron
reduciéndose, como producto de ampliación de libertades y horizontes, o por las
presiones económicas, laborales y ambientales adversas. Y en ambas circunstancias,
por una mejor oferta –insuficiente aún- de anticonceptivos, que ha facilitado las
decisiones reproductivas.
Sin el enfoque de derechos humanos como eje de las políticas públicas, la reducción de
los nacimientos en los sectores desventajados que conforman la mayoría de nuestra
población, expresa el impacto de ello sobre las decisiones individuales referidas a los
cuerpos, la sexualidad y la reproducción. En la incertidumbre del presente, no es posible
imaginar felicidades construidas en base a extensas proles; más bien ello induce al
estrés y al miedo ante el futuro de precariedad y discriminación que amenaza a hijas e
hijos.
El Presidente Sebastián Piñera estuvo en el inicio de la CIPD Cairo’ 94, cuando aún era
diputado. No permaneció mayor tiempo en los debates ni fue gestor de consensos.
Pienso que no compartió el cambio de paradigma y que así se explica el salto hacia
atrás que dio en materia de “políticas de población” este 21 de mayo. Retrocedió casi
veinte años, inspirado en la razón demográfica, y desechando el enfoque de derechos.
Su voluntad natalista coloca un ridículo y ofensivo bono como anzuelo reproductor. En
su mundo simbólico, las mujeres son cuerpos uterizados, disponibles para bajar o subir
la natalidad conforme a las necesidades de quienes requieren fuerza de trabajo o
soldados para la patria. Invoca cuerpos de mujeres prestados/sometidos a intereses
biopolíticos.
El Presidente no asume que la estructura de la población cambió y seguirá cambiando,
y que es preciso diseñar participativamente nuevos marcos y nuevas políticas,
particularmente políticas de cuidado, donde no sólo las mujeres sino que la sociedad
entera cuide a niñ@s, adult@s mayores, y a personas con capacidades diferentes o
enfermas.
Garantizando una buena vida a la sociedad chilena envejecida y diversa que hemos
construido, quizás algún día las decisiones reproductivas libres y autónomas de las
personas y parejas apunten en otra dirección. Por ahora, el bono constituye un frívolo
intento de presión sobre las mujeres, que busca vulnerar su derecho a decidir libre y
responsablemente el número y espaciamiento de sus hijas e hijos, contando con la
información y los medios necesarios para ello, según lo explicitó por primera vez la
Conferencia de Derechos Humanos de Teherán, en 1968 ¡hace cuarenta y cinco años! A
las puertas de Cairo+20, Piñera ha reafirmado su esencia capitalista y patriarcal
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